En aquellos tiempos, cuando las cosas funcionaban, ir a un mitín del PRI era señal inequívoca de tu carrera como agachado iba por buen camino. La torta, el pecsicilindro, la cachucha y las latas de atún eran -exagerando un poco las cosas- parte esencial de la distribución de la riqueza de ese sistema político mexicano que hoy ha desviado su camino. Sin importar qué tan pobre fueras, mientras aplaudieras en el momento, organizaras un "cachún cachun ra ra" o hicieras tronar la matraca, el Partido/Estado extendería su largo brazo para darte una justra y retributiva torta de tamal.
Sin embargo, los malditos inconformes, los demócratas perniciosos, los agitadores de fuera y los disidentes exóticos llevaron este país a la ruina. Podríamos haber aguantado diez olas de violencia juntas, sumadas con otra pandemia de influenza AH1N1, y hasta con la tele llena de comerciales de Cordero... pero siempre confíabamos en que tras tres o seis años de olvido, el sistema se acordaría de nosotros y nos llevaría -de a grapa- a un auditorio escuchar el sonmífero discurso de algún preciso, acompañado de atole, torta de tamal, cachucha... y ¿por qué no? la oportunidad de dirigir una Ola en la tribuna -máxima realización de cualquier mexicano.
Pero la decadencia he hecho metástasis y ahora es imposible olvidar la ruina en la que vivmos, más allá de michoacanazos, de 52 millones de pobres, y de la normalización de los asesinatos diarios, hemos llegado al último puno de quiebre. El lugar prístino donde se guardaba lo mejor y más puro del sistema, el acarreo, ha sido corrompido con comida podrida y pobres de poco aguante.
Todos los monos son de hoy 9 de febrero y de Milenio diario.
Tragedia total que sólo se consuela con la expectativa del fin de mundo maya.
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